domingo, 17 de octubre de 2010

Carta de Nicolás Guillén

Habana, febrero 11/32
Dr. Severo García Pérez,
Santa Clara.-
Mi distinguido amigo:
Acabo de recibir su muy interesante y valiosa carta de fecha 7, acusándome recibo del libro que yo tuve el gusto de enviarle, por conducto de nuestro Del Barco. Le agradezco sinceramente sus palabras de elogio para Sóngoro Cosongo.
Sincera y comprensiva carta la de usted. Ella me ha hecho meditar, una vez más, sobre nuestro conflicto étnico y la necesidad de tomar un camino. ¿Por qué todos los blancos de Cuba, de su tipo, no juntan sus esfuerzos para aplastar la preocupación, borrándola de la Isla? La pregunta es tan ingenua como justa, ya lo sé. Pero es que de los blancos depende, en gran parte, que ese problema entre en un proceso de resolución final. Como usted sabe, del blanco es realmente el prejuicio contra el negro, y si alguno existiera por parte de este, no sería más que reflejo. El blanco recuerda todavía, más con orgullo que con rubor, el látigo con que marcó la espalda de su esclavo, a cuyos descendientes considera empequeñecidos y rebajados por la servidumbre de sus padres. Sin embargo, la cultura puede limar el orgullo. El ambiente nivelador de una época llamada a rectificar grandes injusticias y errores sociales, puede aclarar la inteligencia y el resplandor, cada día más cercano, de un mundo nuevo, de un sol que nace, puede hacernos pensar en la mejor forma de estar preparados para su advenimiento.
Pocos, poquísimos —iba a decir ninguno— son los blancos que están totalmente exentos de prejuicios contra el negro. Usted mismo, aunque diluidos y vaporosos, acaso sienta
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alguna que otra vez que le suben en una fina columna, como de humo lejano. Pero usted sabe irlos apartando de su camino, usted lo quiere además. ¿Por qué vamos a negar esto? Ya usted sabe cómo decía Martí que era necesario ir hacia la verdad. Por otra parte, cuando el problema sociológico de Cuba se intelectualiza, es decir, se juzga con la inteligencia y no con el corazón, ni el negro llora con lagrimones ridículos su malestar social, ni el blanco vendrá a abrazarlo mentirosamente, para decirle, como en mítines políticos y en las manifestaciones, que aquí todos somos iguales y que la República no reconoce fueros ni privilegios... No. Usted y yo, para hablar de estas cosas, siempre tendremos que dejar a un lado —como usted hace en su carta y yo en la mía— los lugares comunes de la sociología criolla.
Créame que sus palabras me han producido una gran alegría y un gran disgusto. La primera, porque adquiero en usted un amigo muy inteligente, muy comprensivo y muy franco. Y el segundo, porque me gustaría sobremanera tratarle personalmente, y cambiar con usted impresiones —¡tantas!— sobre lo que a mi juicio debe interesar profundamente a todo intelectual cubano: el «dominó nacional», como dijo Jorge Mañach. Pero algún día nos veremos en Santa Clara o en La Habana.
Reitero a usted las vivísimas protestas de mi simpatía, y quedo desde hoy, amigo suyo muy sincero.
Nicolás Guillén
TROCADERO, 14.
(Boletín de la Fundación)

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